Clarissa Dalloway

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viernes, junio 30, 2006

12-02-2006

Cuando ellos se separaron las luces se apagaron detrás.
Después de una noche sin dormir llegó a su habitación y miró por la ventana. Al principio no vio nada, pero al bajar la vista se dio cuenta de qué forma podían unirse tan fielmente dos personas que, quizás, ni siquiera se conocían realmente.
Un beso unido a una conversación un tanto estúpida puede hacer que desees por encima de todo estar a su lado, para que vuelva a pedirte otro beso, como el primero pero aún más imposible.
Al despedirse la besó en la mano, se separaron y siguieron su camino. Hasta mañana quizá, o tal vez hasta nunca recordándole en mis pensamientos para siempre.
Cuando no puedes dormir es como si todo se hiciese más intenso. La noche te contagia de su melancolía y te obliga a mirar al ombligo del mundo buscando entre tus propios intentos. Al ver las luces piensas en personas con ventanas abiertas que esperarían toda la noche hasta ver pasar un reflejo que escribiese su nombre. Luces, miras y ves luces. Reflejos de historias inexistentes, increíbles o simplemente de amor. Es como comprender a alguien que habla un idioma que tú no conoces y, sin palabras, enamorarte, como te enamoras de la noche cuando ella ni siquiera sabe que sigues despierto.

Tienes miedo

No era una pregunta, era una afirmación. No intentaba descubrir mis sentimientos porque ya los conocía. Adoro la forma en la que siempre me sorprende cuando hallo mis pensamientos en los suyos, cuando sé que me está mirando y, aunque no presto atención a nada más, no miro porque tengo miedo, miedo a toparme con la sinceridad que me observa y enamorarme por siempre. En ocasiones escribo pensando en cómo lo sabe, cómo sabe que puedo amar pero no quiero, amando como amo cada nota que llega a mis oídos, como si saliesen de sus manos recordándome cada una de mis promesas. ¿Vergüenza de qué? ¿De no cumplirlas o de pagarlas como si fueran deudas?
Yo solo tengo vergüenza de una cosa, de releer deseando volver a recibir tus cartas, de que entre la vainilla o la canela siempre aparezcas rozando el chocolate, y vergüenza de tener miedo a que un día te alejes y se alejen contigo mis esperanzas de creer. Pánico a que un día no quieras escuchar mis te quiero por muy alto que los grite, porque ya solo me quedan tus palabras que, aunque nunca creí que lo diría, son mi vida.

Vaho

Tumbada sobre las heladas piedras sonreía, contemplando su propio vaho como si fuera humo.
Una noche de estas en las que prefieres pensar a dormir, eliges el recuerdo antes que ningún presente.
Tal vez solo lo decía por decir, o quizás solo lo seguía por no decir que no. Porque... ¿Por qué no?
¿Por qué siempre decía que no a cada atisbo de comprensión o de confianza? ¿Por qué siempre se aferraba a sus oídos, solo a los suyos, volviendo a llamarla, a suplicar, a amar siempre a la misma estrella?
Adoraba sentarse cada noche a contemplar el cielo, esperando ver una estrella fugaz a la que nunca le pedía un deseo, porque (siempre hay un porque) le dijeron que jamás se cumplían. Entonces, ¿por qué rogar siempre la misma luz, con la misma intensidad y el mismo exacto dolor?
Quizás era esa estrella la que hacía que las piedras no estuviesen tan frías, o la noche tan oscura, porque, tal vez, iba cada noche con el frío, el silencio y el miedo porque le encontraba sentido. Le merecía la pena volver al dolor de sus recuerdos si a cambio podía soñar de nuevo; soñar que el vaho de sus palabras se unían con el susurro de sus te quiero.