Clarissa Dalloway

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miércoles, mayo 16, 2012

La Tercera Guerra Mundial


Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, 
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, 
porque yo no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, 
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, 
porque yo no era judío,
Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar.


Martin Niemöller


Día 1

                Recuerdo, hace años, como silenciaban el telediario al retrasmitir imágenes bajo el título de “no comment”
               
                Pedradas, disparos, montañas de cuerpos, rostros desfigurados ahora con sonido, a todo color y en pleno directo. Mientras saboreo el almuerzo veo como alguien cae abatido. Cambia la piedra de su mano por una bala en su estómago. Quizás no haya muerto todavía.

                Voy a por el postre.

Día 2

                He visto muchas de ellas. En mi ciudad hay miles construyendo ahora mismo. No sé cuánto vale una, pero seguro que mucho más que una vida. No pensé que tendría que respirar el mismo aire que ellos pero, a pesar de la distancia, lo hago. Sus cuerpos desfilan por la pantalla del televisor. Usan grúas para elevarlos de manera lenta, evitando que se rompan el cuello, haciendo así su muerte lenta y dolorosa por asfixia.

                Las cuerdas giran, los cuerpos también. Los zapatos caen, y los vómitos, y el orín. 

                Algunas empresas de maquinaria de construcción dejarán de vender allí su mercancía  algún tiempo. No les da buena imagen.
 
Día 3

                Por fin terminaron de recuperar el parque nacional. Ya era hora, llevan más de 5 años gastando dinero en eso. Quizás vayamos el próximo puente, a los niños les gusta corretear por esos sitios. Me llevaré la réflex.

                Qué calor, al final los ecologistas van a tener razón con esto del cambio climático. Voy a poner un poco el aire acondicionado mientras el documental me ayuda a dormir.


Día 4

                Una madre sentada en el balcón de un 8º piso. La acaban de despedir. Sólo piensa en su hijo disminuido. Por él salta y por él muere. Ahora el estado se hará cargo de él, ella ya no podía porque a nadie le importaban sus problemas. Al menos alguien la recogerá del suelo e impedirá que le saquen fotos a su cuerpo inerte, será lo más bonito que hagan por ella, limpiar su sangre del suelo y de su frente antes de maquillarla para el funeral.

                Nunca fui a su país, pero no creo que vaya en un tiempo, no quiero sentir tanta tristeza en sus gentes. Ya iré cuando todo mejore.

Día 5

                Hoy una clienta andaba preocupada por el estado de su empresa. Dice que no cree que la despidan -primero caerán los grandes- dice.

                Pienso en la aquella película sobre la 2ª guerra mundial. El protagonista se pregunta, aún sin decirlo, cuándo acabarán con su agonía. Esta vez no, tranquilo, es la sangre de tu vecino la que pinta el césped ignífugo.  

Día 6

                Los jóvenes han salido a la calle. Qué bien. Esto hay que cambiarlo y hay que gritar.
Yo ya iré a la siguiente, con niños no se puede hacer nada.
Se me cerraron los ojos pero me despertó el volumen del televisor. Golpes, gritos, desalojaban a los manifestantes.

                En facebook un contacto subió el video de una joven golpeada, vejada. Sus moratones no aparecerán nunca en su historial médico. Son las consecuencias de la guerra. Una guerra que no tiene muertos, solo perdedores. 

Día 7

                Nunca he sido demasiado puntual, pero hoy llegué antes al trabajo. Mi jefe ya estaba allí. Me hizo un café y me dijo que no podía seguir pagando mi sueldo. No estoy preocupado, seguro que encuentro algo mejor, hacía tiempo que estaba pensando cambiar de trabajo. Unos meses cobrando por no hacer nada no está tan mal.

Día 8

                Peleas, peleas, peleas. Sin trabajo no hay dinero y sin dinero no hay amor. Se han ido. Me han dejado.

Día 9

                Mi perro ha muerto. Mis últimos ahorros los gasté en él, pero no fue suficiente. Lo dejé morir en mis brazos. Noté como era yo quien impedía su latir con mis manos. Lo envolví en una manta, lo metí en una bolsa y lo tiré a la basura.

                Dinero, jodido dinero, vales más que una grúa, vales más que mi perro, vales más que yo.

                Pienso en mi abuela tapada hasta la cabeza esperando que pasara la tormenta. Le recordaba a las bombas que explotaban en su pequeña cabeza de 9 años. Hambre, frío, enfermedad...

Día 10

                Esta guerra golpeó mi cabeza contra el suelo, aún podía respirar, pero ya había muerto.

                Mi ataúd era invisible, pero mi mente imaginaba cada esquina de madera, el olor a tierra, la desesperanza de saberme triste. No había lágrimas sobre mí, como tampoco las hubo en cada suicidio anónimo.

                Me quedaré aquí hasta que empiece a oler mi propia culpa. Debí haber gritado, debí haber hablado, debí, al menos, haber susurrado. Debí, debí, debí…