Clarissa Dalloway

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lunes, septiembre 25, 2006

Al compás de la tormenta

Seguí como siempre, caminando hacía ninguna parte hasta que me topé con una joven que lloraba. No vi su rostro hasta que al levantar la vista y secarse las lágrimas me pidió un pañuelo. ¡Ojala nunca hubiera mirado esos ojos que me robaron la conciencia del mundo en el que me hallaba y me poseyeron por siempre! intenté seguirla pero era rápida. Los pliegues de sus ropajes danzaban con el viento como lo hacen las hojas en los días de tormenta. De pronto tropezó, con tal dulzura que sentí que el mundo se paraba para contemplarla. Cuando llegué ya era tarde, se incorporó para besarme, cerré los ojos durante lo que me pareció un siglo, y volví a la realidad al sentir un pinchazo que me robó la gota de sangre que le dio el color a sus flores. Sus brazos se convirtieron en ramas, sus dedos se volvieron hojas y sus ojos se tornaron rosas. Lloré hasta que no pude más, hasta que la belleza ya era demasiada y el pensar que la había perdido secó mis lágrimas al descubrir que eran ellas las que regaban la tierra donde mi amada crecía. Cada año para celebrar nuestro encuentro hay una rosa que nace, y en sus pétalos recuerdo su rostro y el color de mi sangre, la dulce sensación de que ella me poseerá por siempre, la belleza de recordar su cuerpo cuando sus hojas danzan al compás de la tormenta.

En Griego

La música sonaba pero ella seguía enfrascada en que la catedral no podía estar muy lejos. Pero de pronto la melodía cambió. Paró y se tumbó en el cesped. Le parecía que ahora mismo nada más importaba, eran ella y las flores, el contacto frío con la hierba y unas notas de fondo. Una mariposa se posó no muy lejos, contó los segundos que estuvo así, quieta, haciéndole compañía hasta que al terminar la melodía en un fa la mariposa se fue dejándola sola. ¿Y ahora qué podía hacer? Estaba sola y ya era tarde para no pensar. Pero el momento era demasiado preciado como para no decir nada.¿Quizás los peces lo sabían? A veces las flores cantaban, sí, pero no en francés como todo el mundo, cantaban en griego, como sonaban los pájaros. Tal vez ellos lo sabrían. Y pensar que había encontrado la felicidad. Tanto tiempo buscando para encontrarla en la conversación que los pájaros mantenían con el viento. Si fuese un pájaro y hablase en griego quizás no pensaría en ti, o tal vez te pensaría en sueños y discutiría eso con el viento; olvidaría el griego y solo podría silbar a causa de no tenerte. Como hacen los pájaros, la mayoría han olvidado el griego y solo los que son capaces de encontrarte, los que te han visto pasar, vienen y me dicen al oído que hoy parecías más feliz que nunca y que aunque apenas me recuerdas no has perdido el brillo de los ojos con los que me mirabas cuando, en griego, te decía te quiero.