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viernes, agosto 23, 2013

Luna



-¿Qué haces?- Me asusté tanto que no podía ni tan siquiera moverme. Mi corazón galopaba al ritmo que cantaban los grillos, sentí frío y volvío a preguntar. -¿Qué haces?- Todo estaba tan oscuro que no podía ver nada, apenas el reflejo del faro cuando se giraba para mirarme. Y, nuevamente, se repetía esa voz blanca, casi transparente. Mis ojos se acostumbraron despacio a la luz y mis latidos fueron dejando las semifusas para descansar en negras.

-Te estoy preguntando, es de mala educación no contestar.

Y, casi sin querer, pude responder -Dormir.

-¿Y por qué duermes? No ves que es ahora cuando yo vengo a visitarte?

-Tienes razón, pero no sabía que vendrías, hace años que dejaste de hacerlo.

Con eso calló, como vacilante o arrepentida, o quizás un poco vencida. Por eso la miré, tenía esa cara que pone a veces, cuando no quiere que sepamos si está alegre o triste; tenía ese brillo que apenas recordaba por culpa de haberla dejado de mirar. Tantas veces me prometió subir con ella, tantas veces me regaló sus sueños. Pero un día dejó de quererme como yo lo hacía.

Poco a poco fui quedándome dormida, y mis pensamientos corrían tan deprisa como blancas y sus silencios alternándose pacientes. Entonces la escuché. Escuché cómo lloraba echándome de menos y me escuché riendo volviéndola a querer.